El cambio

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Ahora que hay elecciones, los partidos políticos  proclaman que hay que hacer el cambio y lo explican con vagas proposiciones que son más bien orientaciones ideológicas que programas concretos de gobierno.

Hay mucho discurso del cambio, pero, salvo excepciones, no detallan las medidas a aplicar ni en su caso como se financian. Claro que después, el partido que gobierne hará los cambios que quiera y pueda con independencia de las propuestas electorales y los ciudadanos no podremos decir nada en los próximos cuatro años.

El PSOE insiste hasta la saciedad que hay que hacer el cambio, lo que parece que no ha conseguido hacer en los 21 años en que ha gobernado desde 1982, cuando precisamente llegó al poder en 1982 con el lema del cambio. El PP ha gobernado desde entonces 12 años que podían haber sido suficientes para implementar mucho de lo que ahora propone. Los otros dos partidos,  que hasta ahora no han gobernado, insisten todavía más en “el cambio”. 

Y es que el discurso del cambio es un espejismo para atraer a la ciudadanía. Los cambios más importantes que hicieron PSOE y PP en sus mandatos se produjeron por decisiones ajenas a las propuestas electorales. Decisiones importantes tales como la cesión a las Autonomías de la Sanidad y Educación, el abandono de la energía nuclear, la participación en la guerra de Irak,  subir el déficit hasta el 10%, “aceptar lo que venga de Cataluña”……etc., ni estaban en los programas ni había sido explicada suficientemente su incidencia.

Y es que parece que el verdadero significado del discurso del cambio es el clásico “quítate tu que me pongo yo”.

 

Soberanía popular

Soberania popular

En España la soberanía popular está delegada a los partidos políticos. La única participación ciudadana consiste en depositar una papeleta en una urna cada cuatro años. Ningún ciudadano sabe que persona en concreto le representa porque no existe. Los diputados los elige el jefe de cada partido poniéndolos en la lista.

En los sistemas electorales de Francia, Alemania (para la mitad de la Cámara), Reino Unido, Japón, EEUU, Canadá o Nueva Zelanda, en cada circunscripción se elige solamente a un representante. El que resulta elegido representa a todos los ciudadanos de su circunscripción. Los ciudadanos de estos países pueden contactar con su representante tanto como deseen. Cada diputado tiene muy en cuenta lo que cree que votaría la mayoría de sus representados y por ello muchas veces rompen la disciplina de voto de su partido.

Esta cultura de representación política hace que, con el tiempo, el sentir ciudadano de las cuestiones que hay que legislar fluya al poder político y se legisle según le conviene al país. En España la inexistencia de representantes produce un distanciamiento entre el pueblo y los legisladores. El desarrollo legislativo se «cuece» en el partido político de turno que gobierna sin tener en cuenta la opinión de los ciudadanos.

Sería lógico, por ejemplo, cambiar el sistema electoral y elegir 500 diputados en 500 circunscripciones uninominales, es decir eligiendo a un representante en cada circunscripción. A cambio de este aumento de 350 a 500 el Senado se podría suprimir. Este sistema electoral se denomina también sistema mayoritario porque se elige a quien tiene la mayoría de votos en cada circunscripción.

En la práctica, este sistema produce mayorías absolutas y en consecuencia gobiernos estables que no dependen de concesiones a grupos minoritarios. Con este sistema los intereses minoritarios están mejor representados pues existe el canal de comunicación a través de los representantes que puede ser activado día a día.

Otro gran déficit democrático que hay en España es la falta de separación de poderes que se explica por sí sola y todos conocen.

El coñazo de la política

Congreso de los DiputadosLas discusiones interminables para formar el nuevo gobierno son un coñazo, término que la Real Academia de la Lengua define como cosa latosa, insoportable. Ello se debe al sistema electoral que nos endilgaron, que siendo proporcional (corregido por la ley D´Hont) no prevé una segunda vuelta entre los dos partidos más votados.

Si en vez del sistema de listas de candidatos elegidos por los líderes de los partidos hubieran optado por un sistema mayoritario, como en los países occidentales más relevantes, algún partido hubiera tenido la mayoría absoluta. Además cada diputado habría sido elegido por los ciudadanos de su circunscripción y habría una autentica democracia representativa. No ocurriría como ahora que el 90% de los diputados los eligen de hecho los líderes de los partidos y no los ciudadanos. Cada ciudadano sabría quien le representa y podría contactar con él cuanto deseara y por consiguiente las minorías estarían mejor representadas.

Pero este sistema que no determina quien debe gobernar ni prevé una segunda vuelta es lo que tenemos y todo depende de la voluntad de los partidos políticos y de sus líderes. El más votado parece lógico que sea el que gobierne pues aventaja al segundo en 51 diputados. Pero el segundo dice que no, a pesar de haber cosechado los peores resultados de su historia después de haber gobernado más de veinte años en los últimos treinta.

El tercero es muy radical y también dice que no, y el cuarto es muy minoritario y en la práctica también dice que no. Su posición es surrealista, es decir irracional o absurda: cuestiona al líder más votado, dice no a hacer un pacto, votará no a la investidura y solo admite la abstención en la segunda votación de investidura, lo que no resuelve.

Lo que puede pasar es que haya unas terceras elecciones, que sustituyan de hecho a la segunda vuelta, siendo los ciudadanos quienes decidan si quieren seguir con el mismo coñazo o se decantan por votar a quien tiene que gobernar. No sería una sorpresa que los partidos minoritarios siguieran perdiendo apoyo popular y que el partido mayoritario llegara a obtener la mayoría absoluta.

Los diputados ya están elegidos al 90% antes del 26 de junio

26 de junioLos diputados ya están elegidos al 90% antes del 26 de junio porque por las encuestas ya se sabe casi con certeza cuantos diputados de cada lista van a ser elegidos en cada circunscripción.

En estos días, cuando los líderes de los partidos confeccionan las listas de candidatos, lo que realmente están haciendo es elegir a sus diputados. Por ejemplo, si el PSOE sabe que en Madrid lo más probable es que tenga seis diputados, el líder del partido cuenta con que puede elegir a seis diputados, quienes le deberán el favor. Esos seis diputados no los eligen por lo tanto los ciudadanos sino el líder de su partido. El diputado numero siete no está seguro y por eso el líder sitúa en la lista a alguien que tiene que darle alguna probabilidad pero no cuenta demasiado con él.

En el caso de la alianza en ciernes entre Izquierda Unida y Podemos la cosa es más descarada pues tienen que repartir las designaciones de diputados entre dos partidos diferentes. Cada uno de ellos sabe casi con certeza cuantos candidatos pasarán «el corte» en cada lista y están discutiendo cuantas sillas le corresponde ocupar a los favorecidos de cada uno de los dos partido.

El Partido popular tiene también muy claro que al hacer la lista está designando quienes van a ser diputados con una certeza próxima al 100% y es por lo tanto su líder quien elige. Y lo mismo puede decirse del restos de partidos políticos.

Lo que queda claro es que los diputados no son elegidos por los ciudadanos sino por los líderes de sus partidos. Los ciudadanos solo influyen para hacer «el corte» en cada lista, lo que a estas alturas «del partido» está ya bastante determinado.

 

Pactos de legislatura

imagesPor su actualidad, reproduzco a continuación lo que ya escribí en mayo de 2015:

Hay tres reformas que son necesarias en nuestro país y que no puede acometer ningún gobierno porque requieren pactos políticos:

1).- Modificar la Constitución para que los tres poderes del Estado sean realmente independientes y para que haya un sistema electoral en el que cada ciudadano tenga un diputado concreto que le represente y pueda a través de él participar en el desarrollo político si así lo desea.

2).- Reducir la estructura del Estado, el gasto y los impuestos, sin dejar de atender prioritariamente las necesidades sociales básicas.

3).- Dar prioridad a la educación y no contaminarla con doctrina ideológica para que haya un desarrollo libre del conocimiento y de la conciencia popular.

Un sistema electoral que garantice a cada ciudadano la “representación” y “participación” y la separación de los tres poderes del Estado son necesarios para que el sistema político sea una democracia y no una oligarquía.

La reducción de la estructura del Estado para suprimir gastos innecesarios e insostenibles pasa por la revisión del sistema de autonomías que cada vez se complica más y consume más recursos. Paradógicamente, los partidos mas entusiastas con la “igualdad” están tan contentos con que que las diecisiete autonomías vayan siendo cada vez más diferentes y crezcan los agravios comparativos para los ciudadanos.

El problema es que estos cambios requieren amplias mayorías y los políticos no están dispuestos a hacer pactos de este tipo. No tienen la categoría suficiente para entender estas necesidades ni para “ver” hacia el futuro y además anteponen sus propios intereses.

El líder del partido socialista ha sido explicito indicando que puede pactar con cualquier partido con la excepción del partido popular y los defensores del terrorismo, lo que supone destruir de antemano cualquier posibilidad de hacer estas reformas. Esta declaración dificulta también que haya mayorías de gobierno en muchas comunidades y ayuntamientos y también a nivel nacional. Dicho líder parece que apuesta por un “frente popular” que estaría lejos de hacer estas reformas. Esperemos que sus propios compañeros de partido le “muevan la silla” y haya mejores oportunidades en la próxima legislatura.

El PSOE tiene tres puntos débiles

partido socialistaCreo que el PSOE tiene tres puntos débiles que pueden influir negativamente en sus posibles votantes. El primero de ellos es el tono agresivo de las intervenciones del líder gritando «cabreado» en sus apariciones en la campaña electoral. Esos gritos provocan rechazo porque son una llamada de alarma directa al subconsciente.

El segundo punto débil es la insistencia en derogar leyes que se aprobaron con gobiernos del PP. Cualquier persona que piense un poco comprenderá que las leyes pueden mejorarse pero no hasta el punto de eliminarlas por completo, máxime si fueron aprobadas por la representación de la mayoría de los ciudadanos. Derogar leyes es como concepto un «tejer y destejer» que intranquiliza a cualquiera que piense en ello, sobre todo teniendo en cuenta que el PSOE ha gobernado 21 de los últimos 33 años.

El tercer punto débil es la continua, agresiva e innecesaria descalificación de los miembros del PP y de sus decisiones, lo que resalta su líder mucho mas extensamente que la descripción de su plan de gobierno. Es un punto débil por dos motivos. Primero porque habiendo gobernado el PSOE en 21 de los últimos 33 años, se le debe suponer con la experiencia suficiente para que su plan de gobierno convenza a los posibles votantes sin necesidad de basarlos en la descalificación e incluso los insultos a sus adversarios políticos.

El segundo motivo por el que la descalificación y los insultos constituyen una debilidad para el PSOE, es que hacen extremadamente difícil que a partir del 20 de diciembre próximo pueda haber una alianza entre el PP y el PSOE al estilo del gobierno de coalición en Alemania. Una alianza entre los dos partidos que tienen experiencia de gobierno, y tienen ya «situados» a los de sus entornos, sería muy eficiente para consolidar el desarrollo español en los próximos años. Sería también una solución contundente para resolver la incertidumbre política actual y evitar un gobierno precario que esté continuamente amenazado y pueda ser efímero como ha sucedido en Portugal.

El discurso del cambio

Diputados_por_circunscripciónAhora que se acercan las elecciones se intensifica el discurso del cambio. Todos los partidos políticos  proclaman que hay que hay que hacer un «cambio» y lo explican con proposiciones electoralistas, que son más bien orientaciones ideológicas que programas concretos de gobierno.

Los programas electorales son prolijos en extensión y en fraseología del cambio, pero, salvo excepciones, no detallan con concreción las medidas a aplicar ni en su caso como se financian. Después, el partido que gobierne hará los cambios que quiera y pueda con independencia de las propuestas electorales. Los ciudadanos nada podrán ya decir en los próximos cuatro años.

El PSOE propone un «cambio» que no ha conseguido hacer en los 21 años en que ha gobernado desde 1982, cuando precisamente llegó al poder en 1982 con el lema del «cambio». El PP ha gobernado desde entonces 12 años que podían haber sido suficientes para implementar la mayoría de lo que ahora propone.

Y es que el discurso del cambio es un espejismo para atraer a la ciudadanía. Los cambios más importantes que hicieron PSOE y PP en sus mandatos se produjeron por decisiones ajenas a las propuestas electorales. Decisiones importantes tales como la descentralización de la Sanidad y Educación, el abandono de la energía nuclear, la involucración en la guerra de Irak,  llegar a un déficit del 10%, «aceptar lo que venga de Cataluña»……etc., o no habían sido previamente propuestas o no fue explicada suficientemente su incidencia.

Y es que el discurso del cambio simplemente quiere decir «quítate tu que me pongo yo».

El PSOE aburre

ccEl PSOE aburre demasiado últimamente porque no dice nada nuevo, porque lo que dice no se sabe en que consiste, porque dice cosas genéricas inconcretas e indefinidas y sobre todo porque las cosas que dice son contradictorias.

Dice que hay que hacer el cambio y no dice en concreto que es lo que quiere cambiar y que consecuencias tendrá, positivas y negativas, como lógicamente sucede en todo cambio. Y se da la circunstancia de que en los últimos treinta años ha gobernado en seis legislaturas frente a las tres en las que ha gobernado el PP. El ex-presidente Gonzalez llegó al gobierno anunciando el cambio, que fue el mensaje principal de su campaña, y estuvo gobernando catorce años, y el último presidente del PSOE gobernó ocho años. Si lo que quieren cambiar no consiguieron cambiarlo en esos periodos poco cabe esperar ahora que no va a haber mayorías claras.

Aparte de que dicen que revocarán algunas leyes (aprobadas con mayoría de apoyo ciudadano en la presente legislatura) parece que lo que realmente les importa es «cambiar» ellos de ser oposición a ser gobierno, y para esto es mejor no dejarlo tan evidente porque hace pensar que lo único que les importa es tener el poder.

Dice el Secretario General que no pactará «a cualquier precio» pero de hecho ya lo ha hecho tras las pasadas elecciones municipales y autonómicas. Dice también que dialogará con todos los partidos para reeditar una nueva versión de los pactos de la Moncloa, y sin embargo no se cansaba de repetir que esta abierto a pactar con todos los partidos menos con el PP.

Lo de Cataluña ya es rizar el rizo porque dice que hay que cambiar la Constitución para que España siga siendo un país y para que los que quieren la independencia a cualquier precio se queden contentos. Dice que esto se consigue con una España federal y se da la circunstancia de que España es ya de hecho una organización tan descentralizada o más que los sistemas federales que hay por el mundo. No se debe frivolizar con la Constitución sin decir que es lo que proponen cambiar porque no parece que haya términos medios que puedan dejar contentos a todos.

No se si estoy soñando, pero veo un posible futuro en el que el PSOE siga siendo contradictorio y haga algo hoy impensable que es dialogar a fondo con el PP y llegar a un pacto de gobierno al estilo alemán que pueda plantear sin demagogia ni concesiones populistas un programa de gobierno que asegure el desarrollo económico del país y el bienestar de los ciudadanos. Los dos partidos tienen experiencia de gobierno y no se diferencian en tanto como nos quieren hacer pensar.

 

Democracia pastelera

La democracia pastelera que tenemos en nuestro país es consecuencia del sistema electoral adoptado en la transición que relega a los ciudadanos a echar una papeleta en una urna cada cuatro años. A partir de esta mínima intervención los partidos políticos pueden «pastelear» todo lo que les convenga a espaldas de los ciudadanos. En las democracias occidentales mas consolidadas, tales como EEUU, Francia, Alemania, Nueva Zelanda, Reino Unido, Japón, Canadá….etc, no se vota a la papeleta de un partido sino a la de una persona concreta. Quien resulta elegido es el representante de los ciudadanos de su circunscripción y estos pueden comunicarse con él y participar en las materias que sean de su interés tanto como deseen.

En nuestro país el ciudadano no tiene representante político y nada puede hacer durante cuatro años salvo aguantarse con todo lo que los políticos que tienen el poder decidan. En las democracias mencionadas el sistema electoral de circunscripciones uninominales, también denominado sistema mayoritario, produce generalmente mayorías absolutas y los gobiernos que deciden los ciudadanos toman posesión inmediatamente. Recientemente ha habido elecciones generales en el Reino Unido y al día siguiente de producirse el gobierno tomó posesión. En Francia por ejemplo, existe una segunda vuelta para el caso de que no haya resultado una mayoría absoluta, proponiendo como candidatos solamente las listas mas votadas que han superado un cierto porcentaje de votos. Con ello se somete a los ciudadanos la decisión de quien debe gobernar, precisamente para evitar que pueda haber pasteleo y surjan gobiernos de perdedores acordados en contra de la voluntad ciudadana.

En contraste, en nuestro país hay amplio margen para el pasteleo a espaldas de la ciudadanía. El gobierno de Andalucía ha tardado 84 días en constituirse tras una interminable negociación «pastelera» en la que se ha negociado el apoyo necesario para superar la mayoría absoluta a espaldas de los ciudadanos. Tras las elecciones del pasado 24 de mayo, después de dos semanas todavía no se han formado los gobiernos autonómicos ni municipales y en estos casos el pasteleo ha llegado al sumun de formarse alianzas antinaturales para evitar que gobierne el partido mas votado, incluso apoyándose en grupos surgidos del terrorismo. Curiosamente, el partido socialista, que ha tenido los peores resultados de toda su historia desde la transición, está consiguiendo imponerse en muchos Ayuntamientos y Comunidades merced a concesiones a la extrema izquierda y a permitir que la extrema izquierda gobierne en las ciudades mas importantes sin que sean los ciudadanos quienes lo hayan decidido. En resumen, tenemos una democracia pastelera.

 

PP y PSOE deberían entenderse

Hay razones de fondo por las que PP y PSOE deberían entenderse y dejar de lado la demagogia. El importante desarrollo económico de estos años, la estabilidad social y política conseguida y la plena integración en la Unión Europea se han producido bajo gobiernos de estos dos partidos. Ambos partidos están preparados para gobernar y cualquiera de los dos puede proporcionar estabilidad y progreso. Cierto que hay diferencias ideológicas entre ambos, pero hoy en día la ideología es un telón de fondo tras el primer plano más importante del desarrollo económico y social que cualquiera de los dos partidos debería considerar prioritario.

En los últimos treinta años en seis legislaturas ha gobernado el PSOE y en tres el PP, por lo que el PSOE ha tenido el doble de influencia que el PP, aunque paradójicamente el PSOE este siempre planteando «el cambio» sin concretar demasiado. Hay ciertamente reformas a realizar, a las que ya me he referido, que requieren pactos políticos porque requieren mayorías cualificadas. Una mayoría podría formarse sobre la base de «todos contra el PP», frente popular que algunos políticos destacados están promocionando y que todo parece indicar fue objeto de análisis en la famosa reunión en casa del Sr. Bono. Lo que no se sabe es si sobreviviría el PSOE a esta coalición. Otra mayoría solo puede surgir si PP y PSOE aparcan sus «sub-objetivos» ideológicos y piensan en una administración conjunta del desarrollo económico y social, en lo que a buen seguro podrían estar de acuerdo en casi un 100%.

En los últimos treinta años, el conjunto PP+PSOE ha ido creciendo en porcentajes de participación del voto ciudadano en las elecciones generales: 65% en 1989,  73% en 1973, 76% en 1996, 79% en 2000, 80% en 2004 y 84% en 2008, hasta que en el año 2011 regresó dicho porcentaje al 73%. En las próximas elecciones generales cabe esperar que continúe bajando hasta el 58% dado que las elecciones municipales ha sido el 53% y según las cifras históricas dicho porcentaje aumenta no menos de un 12% en las siguientes elecciones generales. El reparto entre los dos partidos de dicho porcentaje conjunto ha variado de unas elecciones a otras según puede verse en el cuadro adjunto y cabe destacar que el PSOE tuvo su mayor desplome en las elecciones generales de 2011 bajando del 52% al 39% (del 44% al 29% en voto popular) y que ahora en las últimas elecciones municipales ha cosechado un 25% de apoyo popular que es su peor resultado de los últimos treinta años.

Si en las próximas elecciones generales el conjunto PP+PSOE solo obtiene un 58% como indican las proyecciones históricas, ya no podrá haber una mayoría cualificada que aborde reformas estructurales de progreso dentro de La Unión Europea, salvo que se imponga un «frente popular» que plantee reformas en otra dirección mucho más allá de la socialdemocracia. PP y PSOE deberían entenderse, aunque ambos tendrían que analizar porque han perdido tanto apoyo popular y cambiar en consecuencia sus políticas.