Los integristas controlan férreamente a los miembros de su secta

El integrista vende su verdad como un orden social ya diseñado que hay que imponer, y niega a las personas la posibilidad de modificarlo. El que lo sigue encontrará su paraíso, mientras que el que se queda fuera es un hereje merecedor de castigo y siempre vivirá el drama de la persecución. El integrista aparenta seguir los modos de vida que predica que están rodeados de ritos que absorben los sentidos de sus seguidores.

La entrada en la secta está abierta en principio a todos los que tienen inquietudes, pero una vez dentro está prohibida la disidencia, y hay un aparato de represión que hace muy difícil abandonarla. El integrista cuida de que haya siempre un clima de tensión dramático para el que discrepa, para que entiendan los adeptos que no pueden tener ideas propias porque son meras moléculas del tejido de la secta.

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