Cuando nació el Euro se sembró a la vez la trampa del Euro, porque la unión monetaria no previó un programa de convergencia de las políticas fiscales ni un banco central con un mandato amplio al estilo del que respalda al Dólar.
Los países más poderosos de la Unión Europea quizás lanzaron el proyecto sin tener muy claro que fuera a consolidarse a largo plazo con el diseño inicial, pero posiblemente consideraron que las complicaciones derivadas de la falta de concreción inicial las resolverían las leyes de la naturaleza en las que el pez grande se come al chico. La trampa del Euro atraparía en todo caso a los débiles y no en vano los países fuertes iniciaron la andadura incumpliendo los objetivos iniciales.
Entretanto en España los políticos se preocupaban de sus propios intereses sin advertir que el diseño del Estado tendría que modificarse para no caer en la trampa del Euro. Con una situación en la que la economía tenía que crecer un 2 por ciento como mínimo para generar empleo y cerrar las cuentas del Estado sin déficit, tarde o temprano nos veríamos abocados a caer en la trampa del Euro. El problema se aceleró con la inhibición de los gobernantes en hacer reformas y con el despilfarro y la corrupción.
Ahora se ha destapado la inestabilidad que podía haberse previsto desde el inicio y con la que los países más poderosos quizás ya contaban. Los países más poderosos se benefician de tener una deuda casi gratuita, mientras que los países débiles pagan intereses abusivos. Éstos solo tienen dos alternativas: salirse de la trampa del Euro hundiéndose en la pobreza, o ser ayudados y empobrecidos bajo la soberanía progresiva de los países más poderosos. Éstos están mientras tanto muy contentos explotando la trampa del Euro.